Bahar Dar
Bahar Dar es un rollo. Significa "junto al mar" y sí, está en la orilla sur del lago Tana, donde nace el Nilo Azul, y hay unos cuantos monasterios e iglesias que ver, pero me queda la sensación de que habría sido mucho más interesante subir a Aksum, adonde ya no tendremos tiempo de ir (aunque parezca que sí, no tenemos todo el tiempo del mundo, porque este es muy grande y porque los visados duran lo que duran). Claro que, sin conocerlo, igual habríamos ido a Aksum y nos habría frustrado comprobar que, estelas aparte, de todas las ruinas de la capital del reino aksumita y primera capital de Abisinia, poco queda en pie que no haya sido saqueado.
Bahar Dar no es Jinka, mucho menos Dimeka, ni siquiera Arba Minch. Esto es el norte, la región de Amara que da nombre a la etnia predominante y al idioma oficial del país; y se nota. Hay medianas, las calles están asfaltadas o adoquinadas, la estructura urbana está mucho más clara, hay muchos más edificios de cemento y varias plantas, el sector turístico está mucho más desarrollado y organizado. En contrapartida, la distancia entre clases sociales es mucho mayor que en el sur. Los hoteles, decentes en su mayoría, sobre todo los más recientes, se yerguen airados en mitad de barrios de chabolas de madera y adobe con los eternos tejados metálicos que abundan en todo el país. Lo más llamativo se este Benidorm del norte de Etiopía adonde acuden los turistas nacionales a darse un paseíto en barco por el lago es la marcada diferencia entre pobres y clases medias.
Contratamos un circuito en grupo por los monasterios de los siglos XIII y XIV que se esconden, entre otras zonas del lago, en la península de Zege y nos reservamos para el final la decisión de ir a ver la primera gran catarata del Nilo Azul porque está terminando la estación seca y una pareja de catalanes que encontramos en el museo de Jinka ya nos dijo que no tenía mucho caudal. Qué pesadez. A ver: el paseo en barca es agradable a la ida y el entorno natural de las iglesias y monasterios es bonito, pero solo merece la pena ver Ura Kidane Mehret y la vuelta se hace larguísima.
Lo que más nos llama la atención de la ida es que, sobre las nueve de la mañana, el horizonte está todavía completamente desdibujado y es imposible distinguir dónde termina el cielo y dónde empieza el agua en una paleta de blancos, grises, platas y ocres. Eso y las bandadas de pelícanos que se nos cruzan cada poco.
Ura Kidane es curiosa de ver porque conserva la estructura original de un muro exterior circular con arcadas por donde entra la luz y un edificio principal interior de planta cuadrangular cuyas paredes exteriores están recubiertas de lienzos que representan escenas religiosas con el estilo inconfundiblemente etíope de enormes ojos almendrados y rostros muy expresivos, con gran colorido sobre fondos dorados y aureolas rojizas, en los inicios del empleo de la perspectiva. Estamos en vísperas de San Miguel según el calendario juliano, así que hay ceremonia y cánticos y no podemos pasar al quiddis (la zona donde rezan los fieles), pero nos gustan las voces de los monjes y la música de sus timbales ceremoniales.
Por lo demás, los monjes, aunque compensan el pago de la entrada con extensas explicaciones sobre las iglesias, los monasterios, las pinturas y las minúsculas y polvorientas colecciones de los museos, no hablan inglés. Nuestra suerte es que un par de miembros de nuestro grupo, todos etíopes menos nosotros dos, hablan francés y nos van dejando algunos retazos.
Nos gustaron, eso sí, las ligeras pero sólidas canoas de papiro en que llevan siglos surcando el Tana y la sensación al pasar a ver el nacimiento del Nilo Azul y navegar las aguas que aún recorrerán África a lo largo de unos 5.000 km hasta llegar a su destino final: ese Mediterráneo que es el mismo en El Cairo, en Estambul, en Algeciras y en Roquetas y que, desde hace ya algunos años, me falta y suplo a base de tostadas de tomate y aceite de oliva virgen extra allí donde lo puedo encontrar.