Gonder
Mucho tiene Gonder de historia de castillos y caballeros y señores de la guerra, protegida entre sus montañas y orgullosa sobre su colina. Fundada en 1636 por el emperador Fasiladas ("Fasil" para los lugareños) por su situación estratégica entre tres rutas comerciales, Gonder fue, tras Lalibela, la segunda capital permanente de Abisina durante más de un siglo, a caballo entre el XVI y el XVII. Su influencia decayó con la fragmentación del poder entre los señores de la guerra, cada uno regidor de un pequeño territorio y en teoría fieles al rey que acabó siendo una mera marioneta en sus manos. El resultado fue una estado permanente de guerra civil entre reinos feudales que se saldó con la llegada al poder del emperador Tewodros a mediados del XIX, un Robin Hood etíope tan impetuoso en sus esfuerzos por la unificación y modernización del país como despiadado al aplastar cualquier oposición. Para Gonder fue "el héroe del milenio" y así lo reza la estatua que le dedican en el centro de la piazza.
La piazza, sí, como en Addis y en tantas otras ciudades cuyo centro porta aún el recuerdo del intento fallido de colonización italiana. Otros rasgos distintivos del bel paese permanecieron en el país tras la breve invasión (1935-1942), además de algunas palabras más o menos reconocibles como fermello (fornello) o el simpático ciao! con que muchos se despiden: en casi todos los restaurantes sirven pasta además de los platos de injera y la salsa de tomate es espectacular.
Gonder es una ciudad grande y bastante bien distribuida y acondicionada. Ciudad del norte, está más desarrollada y, al contrario que en Bahar Dar, las desigualdades entre clases medias y pobres son menores. Hay barrios de chabolas, pero las casas son más dignas que al sur del lago Tana, y hay muchos más edificios de cemento. Es un paseo agradable hasta la primera visita, la iglesia Debre Berhan Selassie, dedicada a "la trinidad" (la última palabra comparte raíz con el "tres" árabe y así, poco a poco, me voy orientando mínimamente entre las dos lenguas...), acompañados de uno de los muchos chavales que pegan la hebra con los faranji para practicar inglés, sin pedirles nada.
La iglesia, del XVIII, está rodeada de un hermoso jardín y protegida por un muro guarnecido con 12 torres, una por cada apóstol (en Lalibela aprenderemos la importancia de los símbolos numéricos), y la decimotercera, que alberga la entrada, tiene la forma del león de Judea. Este representa a Cristo, pero su significación va más allá y entronca con la dinastía salomónica de la que se supone provenían todos los reyes abisinios a partir de Menelik I, hijo de Salomón, de la casa de David, y de la reina de Saba. De este modo, todos los reyes eran parientes de Cristo, también descendiente de la casa de David, y materializaban la grandeza de su linaje guardando en la corte leones abisinios, costumbre que se mantuvo en el recinto palaciego de Gonder hasta 1992. Aquí que tu madre te diga que tu cuarto es una leonera debe de querer decir algo distinto... las que veremos en el recinto palaciego, ya vacías, tienen hasta un lecho de piedra en altura para las reales fieras.
Lo más destacable de la iglesia, de planta rectangular y con la orientación tradicional del maqdas o sancta sanctorum hacia el este, son las pinturas murales, entre ellas un Mahoma sobre un camello guiado por Satanás, símbolo del daño que hicieron las invasiones musulmanas. Pero, sobre todo, los querubines que siembran la totalidad de la superficie del techo, con sus cabellos oscuros, sus enormes y expresivos ojos azabache y su tez etíope: los griegos llamaron Ithiopia al país de la gente con la "cara quemada".
Por la noche nos deleitaremos en el restaurante Four Sisters, un gran oasis de paz y música suave donde todo tiene un marcado sabor tradicional, desde el incienso y la música de la especie de laúd con que te reciben hasta la ceremonia del café que sirven al final de la cena, pasando por las calabazas que traen como jarra y damajuana para que los comensales se laven las manos con agua tibia. La sopa de lentejas es sencilla y deliciosa, y después de las Simien volveremos a saciarnos con una combinación de platos típicos de carnes y verduras servidos sobre una enorme injera. Fundado por cuatro hermanas, una de ellas casada con un inglés, la decoración evoca los ángeles de Berhan Selassie e innumerables escenas de la vida cotidiana en los poblados, y da trabajo a buen número de mujeres, algunas de la propia familia de las hermanas.
Se va notando el cansancio y en dos días partiremos a patearnos las montañas Simien, así que tomamos la mañana con calma y pasamos la tarde en el recinto palaciego, testigo del lujo y las intrigas de otras épocas: castillos construidos por Fasil y sus herederos, hornos, salas de fiesta, salones para banquetes, caballerizas, biblioteca, archivo y hasta una escuela de oficios "propiamente femeninos" que dirigía y donde enseñaba la propia emperatriz Mentewab (¡una reina entre fogones!). Todo en pie, salvo lo poco dañado por los bombardeos británicos contra los italianos durante la Segunda Guerra Mundial; todo vacío, bien por los expolios perpetrados por los sudaneses a finales del XIX, bien por la precaución de los avezados conservadores que trasladaron los tesoros religiosos y archivísticos a los monasterios del lago Tana.
Merecen la pena tanto la larga visita como el guía oficial, que nos explica mil cosas y responde a otras tantas preguntas. Como es domingo, y fiesta de San Miguel, hemos tenido misa y cánticos a todo volumen todo el fin de semana, especialmente hoy y desde bien temprano. Le comento al guía que la manera de orar, agachándose hasta tocar el suelo con la frente varias veces, que he visto en las iglesias del lago Tana y en Berhan Selassie me recuerda mucho a la musulmana; me responde con un guiño: incluso los cánticos y la forma de llamar a los fieles a la oración se parecen... pero las letras y las partituras que aún se cantan hoy en Etiopía, en ge'ez (al amárico como el latín al español), fueron dictadas por un ángel y transcritas por un monje cristiano etíope en el siglo VI, es decir, unos cien años antes de la hégira... Jerusalén, Lalibela, La Meca: triángulo de las religiones del libro.
De Gonder volveremos a disfrutar, entre chaparrones y recados, a la vuelta de las Simien y probaremos la buena comida de uno de los restaurantes más populares de la ciudad: ¡Master Chef! Lástima que, con lo tradicional que es todo, el horno fuera eléctrico porque con el apagón que precedió a la tormenta nos quedamos sin probar su famosa pizza.