Lalibela
Para según qué trayectos, es practico volar en Etiopía, sobre todo si entras en el país con la compañía nacional porque te hacen buenos descuentos en los vuelos interiores. Hacia y desde Lalibela yo diría que es, además, imprescindible por la situación de la ciudad y las condiciones de acceso.
Los hoteles más cómodos no están en el centro, sino en las afueras, sobre unas cortadas con unas vistas espectaculares al valle en poniente; recuerda un poco a cómo están distribuidos los hoteles en el pueblo que "sobrevuela" Petra. Decir "centro" es como decir "elefante": sería difícil encontrar uno en Lalibela, así de desdibujada está la ciudad. La verdad, con toda la información sobre el propio rey Lalibela, su época y sus descendientes y herederos que nos dan durante la visita a las iglesias, me cuesta comprender cómo un centro de peregrinación como aquel ha dado en un pueblo de adoquines y cuestas y sin casi tráfico rodado como este.
La "Segunda Jerusalén" fue un proyecto del rey santo Lalibela, nacido Roha, cuyo nombre en ge'ez significa "comedor de miel" pues cuenta la leyenda que al nacer un enjambre de abejas le cubrió el rostro. Una suerte de bendición o marca de santidad si tenemos en cuenta la importancia de la apicultura en Etiopía y la superior calidad de la miel que produce, además de otras leyendas que vinculan estos insectos con el cristianismo, como la del enjambre de abejas que salvó la iglesia Debre Berhan Selassie, en Gonder, de la invasión de los derviches sudaneses.
Lalibela nació en el siglo XII, cuando el cristianismo llevaba ya ocho siglo asentado en Abisinia. Bendito como estaba, agarró un zurrón, sin duda con algún panal portátil, y enfiló el camino de Jerusalén (la original). Allí pasó 13 buenos años y a su regreso se propuso replicar en su tierra natal la estructura de la Ciudad Santa. Pero, como a él le daban dos (cucharadas de miel en el café, ha de ser), pensó que, para ahorrarse el purgatorio, mejor hacía dos versiones de la ciudad: Jerusalén terrenal, al norte, y Jerusalén celestial, al sur. Incluso algunos de los nombres fueron copiados: Bet-lehem, Calvario, Jordán...
Así, el conjunto monumental de las iglesias excavadas en la roca de Lalibela es un viaje entre el cielo y la tierra a través de 13 iglesias de las que al menos una se construyó para otros fines, probablemente impartición de justicia, amén de otros edificios, más pequeños, como hornos para la comunión, almacenes o coros, conectados por callejuelas y túneles, algunos de los que aún representan el paso del pecado a la purificación por medio de la fe. Como Petra, es muy bello e impresiona reflexionar sobre el método de construcción: este terreno me gusta, lo excavo y voy horadando la roca mientras "levanto" un edificio del tejado al suelo, como un cubo, y después voy picando, sacando, tallando y decorando la piedra hasta que el edificio tiene ventanas, puertas y un espacio interior soportado por pilares, e incluso un pórtico con columnas. De una pieza.
Parece que la técnica y el diseño fueron inspiración divina y cosa de Lalibela, él solito, pero del proceso de construcción solo han quedado las maquetas porque todos los documentos de diseño y planificación se han perdido, si es que los hubo. Los fieles que acuden puntualmente a los oficios diarios te cuentan convencidos que las obras se concluyeron en poco más de 20 años gracias a la cuadrilla de ángeles que tomaba el relevo nocturno de la cuadrilla terrenal diurna. Sea como sea, los 13 años que Lalibela pasó en Jerusalén debieron de servirle para estudiar algo más que las sagradas escrituras, benditos sean la escuadra y el compás.
Además, el recorrido es una lección de simbología numérica: 3, como la trinidad o como las cruces del Calvario; 4, como los evangelistas; 7, como los pecados o las virtudes; 12, como los apóstoles... Y llama también la atención la diversidad de cruces, desde la griega hasta la llamada "cruz de Lalibela", esculpidas u horadadas en los muros o que sirven de planta al edificio o de corona del báculo sacerdotal. Cada iglesia ofrece algo especial, aunque, por bonitas y bien conservadas, me quedo con Bet Maryam y la archiconocida Bet Gyorgis, y, por peculiar, con Bet Merkoryos (Bruto, en ge'ez), dedicada al verdugo del asesino de cristianos Julio César.
El resto de la estancia en Lalibela nos da la oportunidad de visitar otras pequeñas iglesias de los alrededores, menos impresionantes pero que dan una idea de las arquitectura precursora, como Yemrehanna Kristos; de disfrutar de la pizza y la hospitalidad de doña Sisco y su pequeña casa de comidas; de divertirnos y degustar tres variedades de tej entre trovadores que improvisan cantares sobre los parroquianos (y sobre los únicos faranji presentes, ejem) en Torpido Bar; y de relajarnos contemplando un amplísimo atardecer desde la cama.
Casi lo olvido: y de asistir a la invasión de las termitas aladas que anuncian el inicio de la estación de las lluvias. ¡Justo a tiempo!