Inhambane - Tofo - Tofinho
Inhambane, capital de la provincia homónima, es como Baeza pero costera y sin monumentos. ¿Que cuál es, entonces, la similitud? La vida tranquila de una ciudad pequeña y agradable cuya población es, simple y llanamente, buena gente. A terra da boa gente la llamó Vasco de Gama, agradecido por la hospitalidad de los lugareños, quienes en 1498 acogieron en sus casas al explorador y su tripulación para guarecerlos de la lluvia que regó su desembarco en estas costas. "Bhela nhumbane", les decían en bitonga: "entren en casa"; más de cinco siglos después, Inhambane, cuyo nombre proviene de aquella invitación, sigue acogiendo a sus viajeros con la misma hospitalidad.
Por tierra, esta provincia es una península "por la que no se pasa" sino "a la que se va", como apunta el propietario del Buena Vista Café, un pequeño rincón en el centro del pueblo donde disfrutar de música cubana, son, salsa, mambo, jazz latino y buena comida. Por mar, desde el siglo XI Inhambane ha visto pasar por sus costas y comerciar en sus puertos y bahías a pueblos tan dispares como los árabes, los portugueses, los británicos o los indios. Ha acogido los cultos indígenas, cristianos y musulmanes; ha sido centro del comercio de marfil, telas y esclavos, hasta 1.500 al año a mediados del XVIII; y, debido a la abolición de la esclavitud a finales del XIX, perdió su peso económico en favor de Lourenço Marques, la actual Maputo.
Afortunadamente, la agricultura y la pesca continuaron y, más tarde, el turismo y los deportes acuáticos impulsaron de nuevo el desarrollo de esta región que se extiende a lo largo de 700 km. de costa de arena blanca y tostada, pequeños acantilados, bahías, calas, cuevas e islas, entre ellas las del archipiélago de Bazaruto, declarado parque nacional. De camino hacia Tofinho, que nos regalará unos días excelentes de playa, sol y buen pescado fresco, en Inhambane pasamos solamente una tarde, una noche y una mañana muy agradables y disfrutamos de un bonito atardecer en la bahía, donde se ven pasar los ferrys que van y vienen de Maxixe.
Al dejar Mozambique leeré por casualidad en el aeropuerto un artículo sobre Venâncio Mbande, timbilero ilustre fallecido este 25 de junio a los 82 años el mismo día que el país celebraba los 40 de su independencia. Autodidacta, aprendió escuchando a su abuelo y no solo tocó y compuso música chopi, sino que le dio visibilidad en el extranjero desde Sudáfrica, adonde emigró en su juventud para ganarse la vida en las minas de oro, y desde Holanda, donde firmó un contrato para fabricar timbilas y otros instrumentos de la misma familia y enseñó la técnica en la Universidad de Hing. En gran parte gracias a la persistencia de este maestro, la m'bila (timbila, en Mozambique), xilófono milenario de los pueblos bantús del África austral, alcanzó el título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Para muestra, un botón:
Es una lástima no haber asistido a ningún espectáculo de timbila, pero me aseguraré de buscar el único disco grabado por y para el maestro, en 2010, como homenaje, Timbila ta Venâncio, y de escuchar a otros grandes músicos mozambicanos que hoy lloran su pérdida y abogan por la continuidad de este instrumento y de su arte, como Matchume Zango, Castilo Langa, Rolando Lamissene o Elvira Viegas. El mwenge, árbol del que se obtiene la madera para fabricar timbilas está hoy en peligro de extinción; quiera el legado de Venâncio Mbande servir de pilar para seguir construyéndolas, tocándolas y escuchando sus notas, en Mozambique y en todo el mundo.