Addis Abeba
Pocas mujeres han fundado capitales de imperios. A finales del siglo XIX, la emperatriz Taitu, consorte de Menelik II, único monarca africano que consiguió expulsar a las fuerzas coloniales y hacer de Etiopía la única nación libre del continente, decidió dejar las estériles montañas de Entoto, hasta entonces capital de Etiopía, y establecerse en las fértiles tierras de las faldas. La emperatriz bautizó la zona "Nueva Flor" y así seguimos llamándola hoy.
Hoy Addis Abeba alberga unos cinco millones de habitantes, según la población local, que nos cuenta la dificultad que el éxodo rural, fundamentalmente del norte, supone para la elaboración de censos. Las cifras oficiales son de unos tres millones y medio. La presencia de faranji (extranjeros, en especial blancos) es, en teoría, relativamente alta: Addis es la capital diplomática de África, sede de la Unión Africana, la Comisión Económica para África de las Naciones Unidas y un rosario de representaciones de países y organizaciones internacionales y no gubernamentales. Sin embargo, en sus calles no se ve a faranji; tan solo encontramos algunos en restaurantes de cocina extranjera.
Addis Abeba es una ciudad a medias: proliferan las chabolas de chapa, los edificios a medio edificar, envueltos en andamios de madera donde nadie parece ya trabajar, las calzadas a medio asfaltar, los comercios con la mitad de la mercancía fuera (mucho maniquí con ropa y bastante portón de hierro para parcelas), las calles a medio nombrar, las vías a medio iluminar (el suministro es errático de noche y los buenos hoteles cuentan con generadores para suplir los posibles cortes). Ha perdido mucho desde que Taitu decidió instalarse aquí, pero es interesante caminar por los poblados urbanos y comprobar que esos barrios de chabolas están adoquinados y mejor cuidados que las avenidas principales, y que incluso tienen huertos y frutales. La ciudad crece sin orden ni concierto, lo que propicia la contaminación, y da cabida a todos: los del sur se consideran los guardianes de Etiopía y la primera línea de defensa contra las invasiones extranjeras, ya vengan de ejércitos africanos o de inversores chinos; los del norte se consideran los más civilizados, porque se visten.
La calma matutina por necesidad de descanso, la visita a la tatarabuela Lucy, gracias a una buena exposición financiada probablemente por la Unesco, la comida tranquila... nos acaban pasando factura por la tarde, cuando nos damos cuenta de que todo cierra a las cinco y aún no tenemos transporte para ir a Arba Minch al día siguiente, desde donde visitaremos el valle del Omo y algunas de las tribus del Rift. Nos queda seguir con el plan y esperar poder conseguir billetes para el autobús que sale a primera hora, pero para eso hay que estar en la estación a las cinco de la mañana...