Addis Abeba - Arba Minch
Un borriquito, dos borriquitos, tres borriquitos... ¡cientos de Plateros! Pero no nos adelantemos al trayecto, primero hay que conseguir los billetes de autobús.
Llegar a la estación de autobuses de Merkato a las cinco de la mañana es una experiencia digamos inolvidable. Después de cruzar una ciudad fantasma en la que solo se ve a algún barrendero, el taxi, más que puntual, nos deposita en la entrada para largo recorrido y, sin tiempo de pestañear, tres chicos agarran las maletas del maletero y se las cargan a los hombros, anunciando "Service, service", mientras nos llevan casi en volandas hasta la taquilla. Es todo muy confuso: está lleno de hombres gritando detrás de unas rejas mientras agitan pedazos de papel con lo que suponemos son los destinos de sus autobuses. Se diría una lonja. El responsable para Arba Minch nos vende dos billetes y rápidamente los amables chicos del "service" nos conducen hasta nuestro autobús para acto seguido exigirnos por el servicio un pago de dos veces el precio del billete. Evidentemente, nos negamos y otro pasajero nos hace de intérprete hasta que terminan por cansarse y se van con la propina que pensábamos darles. El éxito de la operación se debe a la representación diplomática franco-belga, que está mucho más relajada que la española.
El viaje, 400 km que está previsto recorrer en nueve horas gracias a las recientes mejoras del pavimento, se anuncia largo. La salida no se produce hasta dos horas después de la hora indicada, cuando se ha llenado el autobús y nos toca el turno en el aparcamiento. Durante ese tiempo suben y bajan del vehículo toda suerte de vendedores de aperitivos, refrescos ("¡Mirinda!"), chicles ("¡mástica!") y hasta café en grano sin tostar, además de tullidos y otros necesitados a los que la parroquia ayuda con lo que puede. Hasta aquí, ninguna novedad.
De Addis Abeba nos despide la planta embotelladora de Coca-Cola de África Oriental, cercada por un ejército de camiones que contienen miles de botellas del refresco más conocido del planeta. Al rato de salir nos ofrecen un desayuno a base de pan y un refresco que, una vez servidos, los 60 viajeros debemos abonar. Y, por fin, comienza el viaje.
Un borriquito, dos borriquitos, tres borriquitos... ¡cientos de Plateros! Está visto que si uno quiere prosperar en este país, tiene que tener por lo menos un burro. La mayoría cargan bidones de agua, aunque con los burros ya se sabe: para todo sirven. Abundan las vacas-dromedario (con una especie de joroba a la altura donde se juntan los omóplatos) y las cabras y, de vez en cuando, el autobús ha de hacer sonar la bocina, aminorar la marcha y sortear el obstáculo cuadrúpedo.
Ya lejos de Addis, cambiamos los omnipresentes limpiabotas y vendedores ambulantes por pastores y campesinos que construyen sus tradicionales chozas de adobe, de planta circular y tejado cónico, en pequeñas parcelas donde cultivan sobre todo tomates, patatas, espinacas, plátanos y mangos. Los niños son tan pastores y campesinos como los adultos y los aperos consisten en un arado de yunta de bueyes, azadas y hoces. En ocasiones, la familia ha enterrado a alguno de sus muertos en la parcela: las tumbas parecen de piedra o de cemento, aunque es difícil de decir bajo la pintura roja, azul o de otros colores con que la adornan, y están rodeadas de una verja o protegidas por una especie de jaula.
Algún alfarero hay también que pone a secar, o a la venta, sus piezas rojizas al borde del camino. Rojizas como la tierra mayormente arenosa de esta región, muy erosionada por las riadas que asolan el terreno en la estación húmeda, tierra a la que solo es posible dar consistencia plantando árboles.
Conforme nos alejamos de Addis, dejando atrás, al oeste, la cadena del Rift, el paisaje se torna cada vez más verde y rico. Quienes no solo viven en su entorno, sino también de él, lo cuidan y lo mantienen. Es una película muy agradable que mirar durante horas.
De vez en cuando el autobús se cruza con alguien o algún grupo de personas, que no prestan demasiada atención al vehículo hasta que descubren en una ventanilla a un par de faranji. No debe de haber muchos que se aventuren a tomar el autobús de Terra, pero la alternativa era venir en mosca o no llegar a tiempo para iniciar nuestra visita a las tribus del Omo mañana.