Turmi; tribu Hamer
Qué graciosas son las cabras cuando saltan y corretean y balan y hacen sonar sus cencerros... menos cuando lo hacen durante tooooda la noche. Sin descanso. Incitando además a las vacas a mugir. El suelo estaba duro, pero lo peor fue el concierto de balidos.
Sin haber pegado ojo, aprovechamos que el sol aún no está alto para visitar el poblado de día y descubrir con más detalle la estructura social y la forma de vida de los Hamer. El poblado, bien cercado y distribuido, contiene rediles para el ganado y está a unos cien metros de los campos, donde cultivan sorgo, un cereal que necesita menos agua y produce más cosechas que el maíz. Los hombres parten a trabajar los campos o pastorear el ganado y las mujeres curten las pieles, muelen el sorgo para hacer gachas con leche y cuidan a los bebés. Los niños son útiles desde muy temprana edad y aprenden a ordeñar las cabras y a manejar la honda con destreza de cazador para ahuyentar a los pájaros y los monos que se acercan a los cultivos. Así, se turnan durante el día en plataformas elevadas en mitad de los campos desde donde, normalmente de dos en dos y, con suerte, bajo un techado que los proteja del sol abrasador, ejercen sus funciones de centinelas.
El ecosistema semidesértico deja poco lugar a la vegetación baja, pero hay arbustos y árboles pequeños. El más interesante, por su significado y longevidad, es el que llaman "árbol de la vida" (pata de elefante), que recuerda a un baobab en miniatura y florece hasta durante las peores sequías. Dicen que no muere nunca y, por ello, cuando entierran a sus muertos plantan uno sobre el lugar donde descansan sus restos.
Terminada la visita, dejamos el saco de cáscara de café que habíamos traído con nosotros y agradecemos la hospitalidad prestada. El café etíope es de grano pequeño, al contrario que el de otros grandes países productores, como Colombia, y aquí se consume todo de la planta (salvo la raíz, que sepamos): con las hojas se hace té; con la cáscara, una infusión de gusto distinto; lo que se hace con el grano no necesita explicación. La ceremonia del café incluye alfombrar el suelo con hojas frescas, prender incienso, tostar el café y prepararlo sobre el incienso. Se suele servir con mucha azúcar en pequeñas tazas de porcelana.
Volvemos al pueblo para desayunar y descansar en la casa de huéspedes donde anoche cenamos hasta que llegue la hora de partir para el acontecimiento del día: un joven dará (literalmente) el salto a la edad adulta y nuestra visita coincide con la fecha elegida por la familia hace tres meses, así que tendremos la suerte de poder asistir a la ceremonia. Y de ser los únicos faranji presentes, como en general estamos encontrando, porque al parecer junio es temporada baja aunque aún no han comenzado las lluvias torrenciales. Buena elección.
Como apenas he dormido y parece que hoy pernoctamos aquí, me preparo para darme una necesaria ducha y echar una siesta en la habitación. Puedo elegir la que quiera, están todas abiertas y vacías, y van a abrir la llave de paso de las habitaciones con ducha (que las haya ya me parece sorprendente, teniendo en cuenta la pinta que tienen por fuera). La ducha me la doy, armada con mis chanclas, mi jabón y mis escrúpulos y "con mucho cuidado", pero tengo más que reservas sobre la cama... reservas que deberé superar esta misma noche, cuando casi nos derretiremos de calor en ese cuartito hasta que estalle la tormenta de viento que nos permitirá dormir mejor el resto de la noche.
En marcha. Abandonada la carretera principal, de nuevo el "camino de cabras", castiza expresión que aquí recobra su sentido original, y de nuevo los cauces secos que el 4x4 sorteará gracias a la destreza del conductor. En el poblado Hamer donde tendrá lugar la ceremonia todo está preparado y la fiesta ya ha comenzado: los invitados se acomodan en esteras de cuero bajo un techado de ramas y paja y beben tej y una bebida preparada mezclando pasta de sorgo con agua caliente, que, por lo que dice Julien, está fuerte pero no sabe a alcohol.
Las parientes del joven que esta noche saltará hacia la madurez bailan marcando el compás con enérgicos saltos y hacen sonar los cascabeles que llevan atados bajo las rodillas al son de sus cánticos. Todas llevan adornos, entre ellos, gruesos anillos metálicos alrededor del cuello, a modo de gargantilla; las que llevan uno de estos con una pieza cilíndrica estriada que sobresale hacia adelante son las primeras esposas de familias poligámicas y tienen prerrogativas especiales, entre ellas, dirigir a las esposas subsiguientes. Llevan los senos cubiertos, pero la espalda descubierta y portan finas varas verdes. El guía nos advierte del rito que presenciamos enseguida: las parientes jóvenes del protagonista muestran a la tribu su amor y respeto por él mediante el sufrimiento que supone recibir los latigazos que ellas mismas solicitan de los varones de otras familias que han dado el salto recientemente (los maza). Paradójicamente, son ellas quienes, entre danza y danza, algunas de manera constante e insidiosa, persiguen a los chicos para entregarles la vara (¿vendrá de aquí la expresión "dar la vara"?) y solicitar el latigazo; estos se muestran reticentes, pero es una tradición arraigada y negarse sería negarles a ellas esa manera de demostrar su afecto, puede que incluso su valía. Afortunadamente, hay parientes de ambos sexos y de edades diferentes que intentan evitar que las más insistentes vuelvan a la carga o, al menos, untarles la espalda con manteca para prevenir las heridas abiertas. Mi impresión es que las más insistentes pueden estar bajo los efectos de algún estimulante, pero es solo una impresión.
Pasamos así la tarde, con un grupo de adolescentes que nos dan algunas explicaciones y se pasean con nuestras cámaras, tomando por nosotros fotos que nos daría pudor hacer, por demasiado directas. Algunos miembros de la tribu se acercan a saludar, entre ellos, la madre del joven que saltará hoy y una señora mayor con claros signos de cataratas que nos pregunta si tenemos medicinas para curarle los ojos.
La ceremonia continúa con ritos de suerte y fertilidad que los maza realizan con y para el protagonista, ahora desnudo, quien acababa de regresar de ir a buscar los toros. Efectivamente, la ceremonia consiste en saltar sobre una hilera de toros y recorrerla entre seis y ocho veces en ambos sentidos. Cuando su familia fijó la fecha del salto, él partió para recorrer la región durante tres meses, asistiendo a otras ceremonias similares para ir preparándose.
Llega por fin el ganado de varias familias y los jóvenes se afanan por reunirlo y asegurar una hilera de unos ocho toros blancos (los de la joroba), mientras las jóvenes cantan y danzan alrededor. El ganado sobrante se reconduce fuera del círculo y, sin más, el joven comienza a saltar: del suelo salta al lomo del primer toro, de ahí corre por encima de los demás y salta al suelo por el otro extremo, y vuelta a empezar. Todo el mundo observa expectante y estalla en felicitaciones cuando termina: ya es un hombre, y ahora deberá partir otros tres meses al término de los cuales su familia habrá elegido una esposa con la que empezará definitivamente su vida adulta.
La fiesta, que empezó ayer, proseguirá hasta mañana, pero también nosotros partimos: el camino es difícil y empieza a caer la noche, y tenemos que salir a carretera abierta antes de que anochezca por completo.