Jinka - Yetnebersh - Jinka - Arbore - Arba Minch; tribus Ari, Arbore y Tsemay
La despedida de los Mursi, tras entregarles algunas provisiones, como sal y cuchillas para sus dibujos capilares, es fácil y rápida y ponemos de nuevo rumbo a Jinka, donde pasaremos esta noche en el mejor alojamiento de esta ruta por el valle del Omo. En mitad del parque, cuesta arriba, el coche vuelve a ahogarse y han de limpiar a mano el filtro para conseguir arrancarlo de nuevo; es lo que pasa con repuestos de procedencia dudosa, pero está visto que todo se puede solucionar con buena voluntad.
Ya en Jinka, tras dejar todo en el hostal aún en construcción pero con agua corriente y una cama fantástica, la primera parada es el día de mercado de la tribu Ari en el cercano pueblo de Yetnebersh. Nos ponemos en marcha, pero el conductor no se encuentra bien y pregunta a Julien si sabe conducir (el guía local no tiene permiso y a mí ni me preguntan), así que hará casi los 17 kilómetros llevando con mucho tiento y cuesta arriba el 4x4, incluso sobre un puente ridículo, anegado y sin quitamiedos sobre un riachuelillo donde hace poco ha tumbado un autocar... Según nos cuentan, entre el estado de las carreteras y de los automóviles y cómo conduce la gente, los accidentes son más que comunes. Tendremos ocasión de ver varios camiones volcados en la cuneta de camino a Arba Minch.
El camino al mercado está salpicado de proyectos de Acción para el Desarrollo, en su mayoría escuelas donde se imparte enseñanza bilingüe en amárico e inglés. Esta zona es distinta: Jinka está creciendo, pero no deja de ser una aglomeración de casas de paredes de aluminio con calles sin asfaltar por donde circulan personas, coches, motos, vacas y cabras sin orden aparente. Bueno, había una rotonda cerca del hostal. En el municipio de Yetnebersh, algunos todavía viven en las afueras, sin agua ni luz pero dignamente en sus chozas tradicionales y de la tierra y su ganado; en el pueblo, las viviendas son humildes y los materiales son los mismos que para las chozas, pero la tribu Ari ha querido dar el paso hacia una vida que aprovecha más la tecnología: nuevos materiales, un mercado de ganado bien organizado, más uso del dinero y menos del trueque, oficios especializados como costureros, alfareros y herreros... La tribu se ha modernizado y hoy son la más numerosa y tienen peso en la administración local. Las conclusiones sobre si fue antes el huevo o la gallina las dejo para cada cual.
La experiencia en el mercado Ari es distinta a la de los poblados, sobre todo el de los Daasanach. El guía local nos cuenta que a este mercado rara vez vienen faranji, y la expresión de la gente al vernos aparecer entre la multitud deja poco más que añadir. Pero no acosan: se arremolinan a nuestro alrededor y, si nos detenemos a escuchar alguna explicación o a mirar algún artículo, el cinturón de curiosos se abre tranquilamente para dejarnos salir, pero nadie te acribilla a preguntas ni te agarra de la mano ni te pide nada, como mucho te ofrecen su mercancía o te saludan, entre asombrados y divertidos. Nos miran, mucho. Pero nada más. Es agradable, para variar.
Vuelta a Jinka, esta vez gracias al conductor normal, e intentamos de nuevo el museo. Para nuestra desilusión parece cerrado, pero un chico nos ve y viene a abrirnos. Lo más interesante, además de una colección de utensilios y objetos propios de cada tribu y descripciones de algunos rituales, son los extractos de conversaciones de un grupo de trabajo sobre la situación de las mujeres en las diferentes tribus. Sorprende comprobar que son tan diferentes unos de otros aunque solo los separen unos kilómetros, hasta el punto de no entenderse entre ellos si cada cual habla su lengua (y pocos hablan amárico, no digamos ya escribirlo). Las costumbres respecto de las mujeres también difieren: en algunas tribus se les enseña solo las tareas domésticas, mientras que en otras salen desde pequeñas a guardar el ganado con sus hermanos. Por otro lado, la mutilación genital femenina es una práctica corriente en algunas tribus solamente; en esas, una mujer con clítoris no es una mujer, sino un animal ("eres un clítoris" es un insulto), y, si no ha sido "circuncidada" (así lo llaman las tribus que lo realizan, como los Arbore) de pequeña, lo será al casarse o al tener su primer hijo, caso en que se matan dos dolorosos pájaros de un tiro. Las tribus que no la practican, como los Hamer, consideran la mutilación genital femenina una barbarie y una vergüenza para los padres que la infligen a sus hijas.
Fin de la jornada. Queda darse una ducha y salir a cenar y tomar unas cervezas (descubrimos la Walia, mucho mejor que la Harar y distinta de la St Giorgis Amber), y de vuelta al hotel a descansar para la última jornada, repleta de horas de carretera.
Amanece en Jinka nuestro último día recorriendo el valle del Omo, última etapa en que tendremos la suerte de asistir a otra ceremonia tribal: el Mcbet, celebración anual de los Arbore en que se sacrifica un enorme toro criado con tal fin por una de las familias del clan. Cada año, el consejo de ancianos se reúne y decide qué familia matará uno de sus toros; para ellos será tanto un orgullo como una gran pérdida pues durante años han criado ese animal como un miembro más de la familia. Así lo hacen ver durante la ceremonia, en la que varios de los hombres de la familia harán de plañideras, llorando y gimiendo por el toro muerto y queriendo tirarse con él al fuego donde se asa su cuerpo a pedazos para el posterior festín, mientras los amigos los consuelan y los alejan de las brasas. Y así, todos los años.
La cabeza del toro y una de sus patas se salvan de las brasas, esta última solo hasta la noche, cuando sigan llegando miembros de la tribu a celebrar. La cabeza está expuesta frente a las brasas, protegida por dos o tres jóvenes guerreros y hasta ella se van acercando varios grupos de jóvenes y niños haciendo instrucción militar bajo un sol de justicia. Al llegar a su altura, simulan atacarla "disparándole" con sus bastones ceremoniales y los que la guardan los ahuyentan, escenificando su valentía y su compromiso con la protección y la defensa de la tribu y su ganado.
Las mujeres, hermosas y todas "circuncidadas", nos explica orgulloso el representante de la tribu, no participan de esta parte de la ceremonia, en que los ancianos repiten cánticos ancestrales de forma mántrica. Solo una de ellas, madre de la familia que ha sacrificado el toro, espera en su choza con una enorme olla de café a que los jóvenes guerreros vengan a celebrar. Nos muestra su casa, compuesta de una entrada-porche de techo horizontal y paredes de varas por entre las que se cuela el viento de día y en la que pasar las largas horas de calor, y la casa propiamente dicha, con techo alto y cónico que no es sino la prolongación de las paredes de cañas tupidas que el fuerte viento nocturno no consigue tumbar. Es la primera vivienda tribal con divisiones que visitamos: una recepción para invitados seguida del hogar donde cocinar, encima del que hay una balda-almacén, y una división para dormir.
Clanes de toda la comarca, una depresión entre dos cadenas montañosas que encierran entre ellas el calor como en una olla a presión, llegarán durante todo el día y toda la noche para celebrar las buenas cosechas y el ganado de la tribu y afianzar los lazos entre ellos mientras comparten toro asado y café de cáscara. En parajes tan inhóspitos, donde el agua es escasa y de poca calidad, imagino que el café es la solución a la deshidratación: el agua está hervida y sabe bien, y puede que estas tribus lo preparen con la cáscara del grano porque tenga alguna propiedad antiséptica o beneficiosa de algún otro modo, como el cardamomo que le ponen en Palestina y Jordania.
Nos esperan otras tantas horas de coche hasta llegar a Arba Minch, así que hay que irse y la parada en el poblado Tsemay será solo eso: una parada corta en que veremos la choza de una señora que se ocupa entre sus hijos y el menaje. La particularidad de esta construcción es que también tiene dos espacios, pero concéntricos; en el interior es donde vive la familia y la mujer nos muestra sus muchos utensilios y sus ropas de gala: una pechera y un vestido de piel de cabra adornados de conchitas blancas. ¿De dónde sacarán las conchas? Tal vez del mismo sitio que las cuentas de colores que podrían ser el único común denominador de estas tribus, junto con las vacas y las cabras: Kenya. De hecho, cuando vayamos al norte, a la región de Amara, comprobaremos que los pobladores del valle del Omo tienen muchos más rasgos en común con el norte de Kenya que con el norte de Etiopía.