Harar - Addis Abeba
Harar es hostil como la región que la acoge, como la historia que curtió la ciudad y a sus habitantes, como sus relaciones con el resto del país. El laberinto de callejuelas encerradas en la antigua muralla del siglo XVI, con su miríada de diminutas mezquitas y sus seis puertas que cuentan la rica historia de la ciudad, desde las invasiones árabes hasta las italianas, quiere ser Albaicín encalado y coloreado sin albaicineros que lo cuiden, lo que plantea la cuestión del mantenimiento del patrimonio. Si la UNESCO hace seguimiento de la declaración, lo hace muy mal porque abundan las basuras y las antiguas canalizaciones de aguas sucias, todavía en uso, que se vierten en el riachuelo que rodea a medias la muralla. Las casas tradicionales son herencia de las árabes y algunas callejuelas con curiosas y hasta agradables, pero con el incesante acoso a grito de faranji de muchos niños y algún adulto, recorrer el recinto intramuros por tu cuenta se hace más que difícil, por muy patrimonio de la humanidad que sea. Así las cosas, guía al canto para el segundo día. Por cierto que, gracias al guía, nos enteramos al final del periplo etíope de que faranji no comparte raíz con "foráneo", como pensábamos, sino con "francés", pues fueron los primeros europeos que tuvieron contacto con Abisinia.
El mejor momento de la visita guiada, realmente relajado, es el Centro Arthur Rimbaud, financiado por el gobierno francés, con exposiciones de poemas del autor y fotografías del Harar de la época en una casa de estilo indio en que no vivió Rimbaud, pero situada en el barrio donde se piensa que residió durante los muchos años que pasó aquí. Interesantes también son los numerosos mercados especializados que vemos por la mañana: chatarra, especias, telas, imitaciones, electrónica, verduras, carne, ropa de segunda mano... (Aviso a navegantes: la ropa que se dona para África puede acabar siendo objeto de contrabando y terminar revendiéndose en uno de estos mercados.)
El mejor momento de la visita por nuestra cuenta, el último día, con más calma, es el cementerio cristiano ortodoxo. Las vistas de la ciudad merecen el paseo y el descubrimiento de otro tipo de cementerio, distinto del que conocemos, nos produce mucha satisfacción. Profundizando en la noción de "camposanto", los cristianos de Harar construyen tumbas, los que pueden, o entierran a sus muertos sin más señal, los que no, en un gran terreno abierto donde los arbustos campan a sus anchas hasta el punto de cubrir las tumbas y hacerlas ilocalizables. Por otro lado, los difuntos disfrutan de las mejores vistas de la ciudad y las tumbas construidas son, en su mayoría, iguales unas a otras, iguales como nos torna la muerte.
Y emocionante es esperar de noche, a la luz de los faros de un 4x4, a que vayan llegando las hienas a comer de la carnaza que les da "el hombre de las hienas", como se le conoce. La costumbre empezó hace quién sabe cuánto dándoles gachas para que no se comieran el ganado en épocas de sequía y degeneró en una festividad anual en que se predice la fortuna de la ciudad para el año siguiente. Hoy, el hombre de las hienas sale todas las noches a alimentarlas, dándoles jirones de carne y vísceras en la punta de un palo que sostiene con las manos o con la boca, y los turistas pagan un módico precio por saciar el morbo y poner a prueba la adrenalina dándoles de comer ellos mismos. Personalmente, al principio me impresionó verlas emergiendo de la oscuridad hacia la cesta de carnaza, pero luego, por grandes que sean y dientes que tengan, me parecieron hasta amorosas. No las toqué, pero parecían suaves y blanditas, como un osito en forma de perrazo con la cerviz notablemente más alta que las ancas. En fin, que les dimos de cenar y nos fuimos a cenar nosotros después.
Por lo demás, fue fácil llegar a Harar desde el aeropuerto de Dire Dawa, pero la ciudad no está preparada ni los habitantes dispuestos para el turismo, salvo un par de restaurantes y los muchos guías (o no) que viven de los paseos por la ciudad y las excursiones a los alrededores. Mucho chaat, eso sí, y muchos estragos por su causa.
De ahí a Addis-Abeba, 12 horitas de minibus con conductor ayunando por Ramadán y retorno a la capital exhaustos pero contentos, con ganas de cambiar de aires y empezar la siguiente aventura.
Próxima estación: Madagascar.