Parque Nacional de las Montañas Simien
"Simien" quiere decir "norte" en amárico y, sí: corresponde bastante con la idea de norte que tenemos, al menos en el hemisferio homónimo. Verde, montañoso, escarpado... así es el paisaje de las montañas Simien, el tablero en que, según la mitología de la región de Amara, los dioses jugaron durante siglos a esculpir y moldear la infinidad de pequeños valles que se vierten en enormes gargantas que hoy podemos disfrutar desde los bordes escarpados de ese tablero que cada mañana se descubre entre la niebla.
Amara también se desmarca del sur por los rasgos de sus gentes y el color de su piel, más parecido al café de Abisinia que a la caoba de Kenya. Precisamente con Kenya tienen mucho más en común las tribus del sur, tanto los rasgos como las costumbres, mientras que los habitantes del norte recuerdan más a los pobladores de la península arábiga, particularmente Yemen, con quienes los unen lazos ancestrales.
La estrella del parque es el ibex, gran cabra abisinia que escala a sus anchas las empinadas paredes de roca por encima de los 3.500 metros. Tenemos esperanza de verlos, especialmente los machos, con su enorme cornamenta curvada, cuando hagamos el segundo cuatromil el último día. El estrellato está compartido con el lobo abisinio, más pequeño y de pelaje más claro que el lobo europeo, más bien beige y marrón claro, con el hocico más afilado y las orejas redondeadas. Pero parece que en este parque natural la población es menor y es más fácil verlos en el oeste del país.
Y nos ponemos a caminar. Serán cuatro días con sus tres noches en que buscamos un paisaje distinto tanto del urbano como del rural, un contacto pleno con la naturaleza, respirar los verdes, la tierra y la bruma. La sorpresa correrá a cargo del equipo de guía, guarda, chef y pinche (atención mexicas: acepción peninsular) que se empeñan en hacer el recorrido y, sobre todo, las noches mucho más cómodos. Hasta una velita romántica adornará la mesita de la cena en el pequeño refugio donde se instalan con todos sus utensilios de cocina y un impecable uniforme de chef, con gorro incluido. Las sopas y los abundantes y variados segundos platos harán las delicias de los caminantes antes de ir a dormir con una buena infusión de jengibre para evitar el mal de altura y una bolsa de agua caliente para el saco.
El guarda carga una buena escopeta que, nos dicen, va descargada y no viene porque haya peligro sino porque es una manera de crear empleo entre los habitantes de estas montañas, que las conocen como la palma de su mano. El guía es un joven titulado universitario que se gana así la vida y ahorra para pagarse un máster que tal vez empiece este año; alto y delgado, camina con soltura entre los riscos y es un pozo de conocimiento sobre su país, su región y la flora y la fauna de estas montañas, incluidos sus nombres en latín. Nos cuenta que, para ayudar, ha realizado por amor al arte un par de estudios sobre la disposición de los habitantes del Parque Nacional para mudarse a otras zonas, a casas proporcionadas por el gobierno, y a formarse para reciclarse en otros oficios; de esta forma, se intenta preservar las montañas y, poco a poco, vaciarlas de toda influencia humana excepto el turismo. Discutible. La formación del guía, alucinante. El chef ha tenido que formarse y pasar exámenes para ser cocinero de montaña y el pinche está en prácticas mientras termina la misma formación. Flipante.
Las dos primeras jornadas son verdes y fáciles, aunque la segunda recorreremos el doble de distancia. El paisaje es espectacular y las vistas del gran valle de valles son difíciles de asimilar; uno se queda embobado al borde del precipicio con una tremenda envidia de las aves que pueden planear sobre esta maravilla de tablero de los dioses. De hecho, esos dos primeros días la mayoría de la fauna que vemos son aves, muchas de ellas rapaces y otras de menor envergadura. Además, el camino está sembrado de florecillas y arbustos, desde una especie de tomate espinoso y venenoso hasta enormes bulbos de hinojo, pasando por multitud de hierbas aromáticas, como la lavanda y la menta silvestres o la hierba de San Juan, que la población local utiliza en diversas preparaciones.
Las dos últimas jornadas son pedregosas y más difíciles, sobre todo la cuarta, porque salvamos mucho desnivel para alcanzar los dos cuatromiles y se me hace demasiada ardua la tarea de caminar por caminar, con la vista fija en el suelo para asegurarme de colocar el pie donde debo y con escasa flora que me distraiga a partir de 3.500 metros. Sin embargo, aquí el paisaje ofrece una recompensa diferente: "bichos". Los clanes de babuinos gelada abundan a partir de esta altitud y uno puede pasearse a solo unos pocos metros del clan y observarlos tranquilamente mientras pastan (curiosa sensación verlos usar sus dedos prensiles para arrancar la hierba que se llevan a la boca, en lugar de cortarla a mordiscos), se despiojan, juegan los pequeños o se pelean por la supremacía los machos mayores.
El campamento de la tercera jornada, además de ser el más lindo por encontrarse en un pequeño valle protegido por las montañas que nos regala unas vistas increíbles de allí de donde hemos venido caminando, nos reserva una sorpresa genial. Cuando estamos pensándonos si utilizar las duchas de agua fría, abiertas al riachuelo, un chico corre a avisarnos de que hay dos hembras de ibex en los alrededores. ¡Excelente! Y justo al lado. Tienen pinta de ser madre e hija y están pastando la cena tranquilamente, con un gran margen de tiempo antes de que caiga el sol.
Entrenidos por las ibex, nueva sorpresa. Nos damos la vuelta y... ¡un lobo abisinio! Era difícil verlos aquí, así que es doble suerte. Cojea un poco y es posible que se haya aventurado tan cerca buscando comida que no haya que cazar. Más que un lobo, por el color y la fisonomía, recuerda a Swing, el zorro de David el Gnomo (alerta de edad: hay que haber nacido en los ochenta y en España para conocer los dibujos animados...), aunque Swing era más rojizo. Total, que pasamos un rato mirando de un lado a otro, de las ibex al lobo, embobados.
El guía nos anima a subir unos metros hasta donde podremos ver una garganta donde un clan de gelada se refugia para pasar la noche. La llegada es otra sorpresa. Aquí están todos, no menos de cien, probablemente más, haciendo su vida y nosotros, fascinados, estamos admitidos y podemos movernos a tan solo unos metros a su alrededor. Hay un salón de belleza y despioje justo a nuestra izquiera, la guardería queda un poco más al fondo, más resguardada, antes de la entrada al camino que baja por la garganta hacia el refugio (verlos saltar bajando por las paredes de granito como si tal cosa es alucinante), a la derecha hay dos machos que de vez en cuando se enseñan los dientes y hasta llegan a las manos, y cada vez que ocurre las familias "hablan" como si desaprobaran las riñas con unos sonidos y una cadencia mucho más "humanos" de cualquier otro sonido animal que haya escuchado en directo. Claro que también recuerda un poco a lo que hacen los pavos: "gologologologolo". Riñas o no, los gelada viven en sociedades matriarcales y al final es la hembra dominante quien decide si apoya al aspirante o se queda con el macho conocido.
En mitad de nuestra fascinación aparecen las ibex y se unen al espectáculo, pastando pausadamente entre los gelada, en perfecta armonía vecinal. Pasamos una hora larga entre ellos mientras empieza a caer el sol y sus rayos doran los riscos por donde bajan los babuínos a dormir. Y, a la vuelta, otros dos lobos se unen al primero y nos tienen un ratito siguiéndolos mientras termina de esconderse el sol. Qué gran tarde, después de tanto caminar y tanto desnivel.
La cuarta jornada, durante una ascensión de la que recuerdo la dureza, la dificultad de solo subir y subir mirando al suelo calculando qué roca será mejor soporte, el apoyo de los bastones y el hartazgo del paisaje rocoso de los 4.000 metros, la nota animal la pone un buen número de machos de ibex: voluminosos, cargando bien erguidos el peso de los años sobre sus majestuosas cornamentas. Todo un placer para la vista. ¡Ah! Y un caracol que arrastraba valientemente su casa a pocos metros de la cima...
Para los senderistas, aquí va el recorrido. Para mí, muy agradable las dos primeras jornadas y difícil las dos últimas (la cuarta casi me la podría haber ahorrado, demasiado empinado). Luego depende de lo que busque cada uno de estas experiencias. Yo lo haría de nuevo.
Primera jornada: de 3.200 a 3.250 m. a lo largo de 7,5 km. en 4 h.
Segunda jornada: de 3.250 a 3.600 m. a lo largo de 14 km. en 6h40.
Tercera jornada: de 3.600 a 3.620 m. a lo largo de 18 km. en 8 h. con una cima de 4.070 m.
Cuarta jornada: de 3.620 a 3.620 m. a lo largo de 10 km. en 5 h. con una cima de 4.433 m.