Antananarivo - Antsirabe
Tonga soa eto Tananarive! ¡Bienvenidos a Antananarivo!
Las comparaciones son odiosas, pero son inevitables, y desde la llegada Antananarivo ("Tana" para los amigos) nos sorprende la inmediata impresión de que es una ciudad mucho más desarrollada que Addis-Abeba, una "ciudad" como cualquiera que conozcamos: terminada. Y, además, bonita: la influencia europea en la arquitectura, la disposición de las calles, las casas coloreadas colgadas en las colinas, los arrozales que alternan en los campos de las afueras con la fabricación tradicional de ladrillos, las buganvillas que chorrean por sobre cualquier muro. Y las flores de pascua que se levantan lozanas y rojas en matas bien altas que crecen en cualquier rincón.
Madagascar supone una bocanada de aire fresco. Hablar el segundo idioma y leer el alfabeto del primero es ya tanto una ventaja como un descanso mental. El país es una buena mezcla entre África y Asia, aunque, en general, los malgaches se enorgullecen de su origen asiático: los primeros pobladores, indo-malayos, llegaron tan solo en el siglo V y trajeron consigo el cultivo que desde entonces moldea en forma de terrazas buena parte de las colinas y que hoy es la base de la dieta malgache: desayuno, almuerzo y cena se acompañan de arroz todos los días. Ya en el siglo XXI, cuando hablamos de política nos dicen, medio en serio, medio en broma, que no se creían africanos hasta que se desató la sucesión de golpes de estado y presidentes voraces, algunos también muy fugaces. Haciendo un guiño que da idea del humor y el carácter malgaches, el restaurante del hotel donde paramos se llama Kudeta (coup d'état, "golpe de estado").
Enseguida nos dejamos mimar por la excelente cocina, mezcla de malgache, africana oriental y asiática sudoriental, con buena carne y muy buen pescado y marisco frescos, todo precedido de un buen ron de la tierra; por no hablar del asalto al primer supermercado en más de un mes, con alijo de queso, pan, lomo y aceite de oliva incluidos. Probamos carpacio de cebú y de distintos pescados. Descubrimos, camino de Antsirabe, Le coin du foie gras, donde degustamos cinco variedades de foie, a cuál mejor, y un delicioso pato. Ya en Antsirabe, abren boca los pinchitos de cebú y el pollo a la parrilla de tapas en La Cantine. Para la cena de cumpleaños me regalo con un buen tongotra omby, un contundente caldo de codillo de cebú con verduras y fideos que a mí me recordó a un cocido y me sentó como si de uno se tratara. Y solo llevamos aquí cuatro días...
Poco habíamos organizado esta vez, mea culpa, pero sí que tenía una idea clara de lo que quería ver. Y tenemos suerte. El taxista que nos trae del aeropuerto enseguida nos pregunta si tenemos guía y nos pone en contacto con un amigo suyo que tiene una pequeña empresa familiar de turismo con otro amigo. Justin y Adrien llevan años en el sector, la mitad como empresa independiente, y nos proponen unirnos a una pareja de franceses que en unos días inician la visita de una parte de lo que queremos ver: el Tsiribihina y los Tsingy. Nos ponemos de acuerdo y queda todo listo para salir dos días después de llegar a Tana hacia Antsirabe, donde conoceremos a Lisa y (el otro) Julien.
El camino a Antsirabe es precioso. Está lleno de cultivos en terrazas y disfrutamos del contraste entre la tierra rojiza y los cultivos verdes anegados que reflejan la luz al atardecer. Las casitas tradicionales tienen dos o tres plantas, estructura de madera y cuerpo de adobe, y tejado de paja espeso, aunque cada vez más se construyen con ladrillos manteniendo la forma y la estructura tradicionales. La carretera no estaba tan mal como esperábamos, teniendo en cuenta lo que cuentan las guías y los sitios web. Cuando entremos en faena, entre el Tsiribihina y los Tsingy, echaremos de menos el asfalto y el firme más o menos plano.
Llegados a Antsirabe, continuamos la tónica de hotelitos tranquilos con jardín y, al irnos, descubriremos en él una tortuga radiada de unos 40 cm. de largo y mas de 30 de alto; es una suerte porque en la guía pone que está en peligro y hay esfuerzos de conservación en algunas reservas. En nuestra jornada libre antes de salir con la pareja que conoceremos por la noche, alquilamos un par de bicis de montaña y pedaleamos hasta los lagos Andraikaba, más grande, con balneario y tiendas de recuerdos incluidos, y Tritiva, pequeño y muy bonito, de origen volcánico y sin fauna acuática conocida, que está al final de una buena subida por caminos de polvo (me río yo de Induráin y el Tourmalet) por donde transita mucha gente caminando, en bici y en carretas tiradas por cebús, amén de unos cuantos camiones y todo el polvo que levantan. Casi 40 km. en total: la muerte. De vuelta a Antsirabe es la hora del fin de la escuela y los pequeños, con su uniforme y su babi, vuelven a casa de tres en tres en los innumerables pousse-pousse que pueblan la ciudad.
Y en el lago Tritriva conocemos al que será el quinto integrante de la expedición de los próximos días: Jon, un inglés que también está viajando durante una temporada y también acaba de empezar su periplo. Así que, al final, nos juntamos un grupito de unos ocho a celebrar dos cumpleaños: el del guía que nos acompañará desde el día siguiente hasta nuestro retorno a Antsirabe y el de la que escribe, con karaoke y ron incluidos. Queen siempre se me ha dado bien en estos casos, querida Bohemian Rhapsody :)
*¡Cumpleaños feliz! (es que el malgache no es muy sintético)