El desayuno es nuestra última cena con Jon, que continúa hacia el sur para ver las montañas y el desierto, mientras que nosotros nos dirigimos hacia el noreste en busca del indri y los lagos salados que dieron origen al canal de Pangalanes. Larga jornada de coche, qué novedad, con un descanso bastante pintoresco en el monasterio benedictino de Ambositra, donde ya no quedan monjes pero sí una de las escasas 20 monjas, ya mayor, que nos abre pausadamente la cancela, la tienda y hasta la iglesia, muy cuidada, de techos altos y espaciosa, con las paredes de ladrillo visto, sencilla y tranquila. Nos cuenta que la sede de la orden está en París y nos vende lo que veníamos buscando: un queso, el último, que durante algunos días paliará el síndrome de abstinencia de Julien. Buen país: buen foie, buen pan, buena repostería, buen queso.
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